domingo, 24 de julio de 2016

Capítulo 4

Molly

La familia Sunfield




Recuerdo cuando me contrataron. Aún Patrick estaba casado la señorita Emma. Kailyn acababa de nacer. Necesitaban a alguien que les ayudara con las tareas de la casa y la niña. Al principio después de trabajar casi todo el día en la casa de los Sunfield me iba a casa de mis padres, pero pronto la familia me ofreció una habitación en la gransísima casa, un salario bastante generoso y vacaciones de vez en cuando. No podía quejarme. Me encantaba mi trabajo. Aunque todo se volvió un poco más difícil después del accidente de Kailyn, hacía dos años.

Su caballo tuvo que ser sacrificado tras sufrir varias fracturas en las patas delanteras. A Kailyn tuvieron que recostruirle algunos huesos de la pierna derecha, además de una pequeña conmoción cerebral. Se recuperó en un par de meses, aunque ningún dolor se comparaba con la perdida del que era su mejor amigo. Tardó en darse cuenta, porque al principio no cuidaba mucho de su caballo, y digamos que era algo... excesiva en cuanto al uso de ayudas: espuelas, fustas, bocados agresivos, y un largo etc. Ella no se daba cuenta de lo que hacía, simplemente seguía lo que los demás le decían. Lo que ella creía que estaba bien. Después de lo sucedido se dio cuenta de que había hecho mal, que quizá si no lo hubiera forzado tanto no se habría lesionado. Quizá por eso aún siga teniendo esas pesadillas. Se cree la culpable de la muerte de Eros.

Me mandó a tirar todas sus cosas de hípica, pero era incapaz. Guardé todas sus fotos y la primera escarapela que ganaron juntos en una caja, lo demás lo guardé muy bien en el altillo de mi habitación. Pensé que quizá, con el tiempo, lo superaría y querría tener esos recuerdos.

¿Sabes? Realmente seguía en ese trabajo por esa niña. La quería como a una hija. Y aunque esté feo decirlo, yo era mejor madre que la suya verdadera. Trabajar para Emma era en muchas ocasiones insufrible, pero después pensaba en Kai... no podía dejarla sola. Me necesitaba.

Deseaba que volviera a montar. Odiaba verla sentada en el sofá sin hacer nada, observando con la mirada perdida como se iba la vida. Bueno, y cuando se iba de fiesta.... Buff. Había cogido la costumbre de irse con esos nuevos y extraños amigos por ahí, a intentar olvidar sus penas ¡como si fuese un viejo borracho! Por eso de vez en cuando buscaba en internet soluciones que pudieran devolverle las ganas de interesarse en los caballos de nuevo. La sonrisa que esa niña tenía cada vez que veía un caballo,... Siempre he creido que a ella le gustan los caballos tanto como a mi hacer pasteles. Incluso diría que a ella le gustaban un poco más, y cualquiera que me conozca puede corroborar que es mucho decir. Cuando veía un caballo en su carita se dibujaba la sonrisa más brillante y auténtica que haya visto jamás. Y la quería de vuelta. Como cuando de muy pequeña la llevaba a ver los ponis de la colina, o como cuando montó por primera vez. Y a pesar de mis disimulados esfuerzos todo había fallado. Todo, hasta que llegó a mis oidos el nombre de Luna Oldwood...

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