lunes, 15 de agosto de 2016

Capítulo 6

Sueños


Olía a pino.
A tierra húmeda.

La lluvia había dejado consigo la primavera. Todo era fresco. Un frío agradable acariciaba mis manos y mi nariz. El pelo ondeaba a cada paso. La valla se extendía por el prado. Y al rato... un relincho.

Sabría diferenciarlo. Estaba segura.

Eros.

Venía galopando desde el bosque dentro de la valla. El sonido de sus cascos estaba amortiguado con la hierba. Su pelaje estaba algo embarrado. Cuánto odiaba tener que cepillarlo en días así. Pero hoy no era uno de esos días.

Se paró a unos metros de la valla. La miré. Era de espinos. Agarré dos de las franjas y las estiré, para intentar hacerme el mínimo daño posible. Noté un pequeño ardor en las manos, un líquido caliente y rojo. Pero no me importaba. Estaba a tan solo un par de pasos de él.

Me miró con la cabeza alta. Las orejas hacia mi. Respiraba despacio. Era como aquellos domingos por la mañana cuando me tocaba recogerlo del prado. Sin embrago había algo diferente: yo.

Cualquiera de esos domingos estaría maldiciendo en voz baja por tener que ir a buscarlo tan lejos, o por tener que cepillarlo, o porque se fuera galopando cuando lo intentaba coger, cuando él solo quería jugar.

Llegué a donde estaba. Me miraron esos pequeños ojos marrones. Su hocico llegó a tocar mis manos. Cuando respiró sentí su calor. Me estremecí. No podía ser tan real. Mis manos buscaron sus mejillas. Tal y como lo recordaba. Tan suave como siempre. Cerré los ojos y apoyé mi frente en la suya. Nunca antes había sido consciente de todo lo que pasaba a mi alrededor. Me concentré como nunca en disfrutar de aquel momento, de guardarlo para siempre: sentí hasta como una hoja se separaba de un nogal; escuché el primer aleteo de un pajarito que aprende a volar; noté cada pelo bajo las yemas de mis dedos.

Cuando abrí los ojos aún seguía allí. Me abracé a su cuello. Incluso sentí como él también me rodeaba con su cuello. Después galopó, mirándome, como si quisiera que jugáramos. Corrí tras él, mientras observaba como sus crines acariciaban el viento, o como su pelaje negro brillaba a pesar del barro. No pude hacer otra cosa que sonreír. Sonreír como nunca lo había hecho.

Cuando no pude correr más se acercó. Tras una pausa se agachó y lo supe: "No quiero otro caballo. Ya te lo he dicho. Yo quiero a Eros, y Eros no volverá jamás, así que asúmelo. Nunca volveré a montar si no es con él." Me monté en su lomo. No recordaba lo agradable que era sentir sus pasos. Galopamos una vez más: juntos.

~

El aire frío fue convirtiéndose en el calor de las sábanas. Incluso antes de despertar tenía un sentimiento agridulce. Había sido un sueño. Eros nunca volvería. Pero, a pesar de saber esa realidad, aquel sueño me había dado algo que ansiaba: volver a verle, volver a acariciarlo, volver a montar...

"Nunca volveré a montar si no es con él..."

Me había dado la oportunidad de volver a montarlo.
Me había enseñado que él nunca se había ido, siempre había estado conmigo, esperando a que dejara de atormentarme por mi pasado. El siempre estaría en la brisa del mar, en las margaritas de primavera, en las fotografías que guardaba, en mi recuerdo...

Dicen que morimos dos veces: la primera cuando dejamos de respirar, la segunda cuando pronunciamos por última vez el nombre de alguien. Y, querido Eros, aún te quedaba hasta mi último aliento.

~

Nunca más volví a tener pesadillas con él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario